Cuando hablamos de afecto, nos estamos refiriendo a un proceso de interacción social entre dos o más organismos que incluye mecanismos fisiológicos, componentes cognitivos, expresiones comportamentales, condicionantes sociales y culturales, etc.
Se han definido dos factores dominantes en las experiencias emocionales, los cuales se han clasificado en afecto positivo y afecto negativo (Watson y Clark (1994). El afecto positivo (AP) se refiere a una dimensión en la que los niveles altos se caracterizan por «alta energía, plena concentración y agradable dedicación, mientras que el bajo afecto positivo se caracteriza por la tristeza y el letargo». El afecto negativo (AN) refleja un estado emocional que se describe en los niveles altos como «una variedad de estados de ánimo, que incluyen la ira, la culpa, el temor y el nerviosismo, mientras que el bajo afecto negativo es un estado de calma y serenidad» (Watson, Clark y Tellegen, 1988).
Cabe destacar que los afectos se ven influidos por el género o pautas de comportamiento social que se han establecido para lo femenino y lo masculino.
Parece ser un hecho admitido, sobretodo, en la cultura occidental, que las mujeres son más ricas emocionalmente y más expresivas que los hombres (Simon y Nath, 2004). Las investigaciones en referencia a esta afirmación indican que las diferencias de género se centran en la expresión emocional, siendo las mujeres más propensas que los hombres a expresar emociones en general (Brody y Hall, 2000; Fabes y Martín, 1991, cp. Alcalá, 2006).
Algunos autores (Simon y Nath, 2004) encuentran diferencias en la frecuencia con la que los hombres y mujeres expresan emociones positivas y negativas. Mientras que los hombres expresan emociones positivas, como calma y entusiasmo con mayor frecuencia que las mujeres, éstas expresan más las emociones negativas, como ansiedad y tristeza. Otros autores señalan que las mujeres manifiestan con mayor frecuencia emociones de felicidad, tristeza y miedo, mientras que los hombres expresan más emociones de ira (Grossman y Wood, 1993; Kelly y Hustson-Comeaux, 1999, cp. Alcalá, 2006).
Pero, además, existen diferencias entre los géneros en función de la edad. Las mujeres jóvenes tienen una experiencia del pasado con mayor afectividad positiva y jovialidad que las adultas, mientras que en el presente tienen más afectividad negativa, miedo y hostilidad. Los hombres, sin embargo, no presentan diferencias importantes en función de los grupos de edad en el pasado (Alcalá V, Camacho M, Giner D, Giner J y Ibáñez E., 2006). Esto significa que en las mujeres se modifica más su vida emocional que en los hombres, no sólo cuando se comparan con éstos últimos, sino cuando se comparan las mujeres jóvenes con las adultas.
De lo que no cabe duda es que el estereotipo de la masculinidad impuesto por la cultura occidental constituye un concepto limitante de la afectividad humana en donde se enfrentan las exigencias sociales con las necesidades personales de los hombres, quienes temen ser etiquetados como débiles, blandos, cobardes o fracasados si manifiestan su emocionalidad de forma abierta.
Según algunos investigaciones, dicho estereotipo hace que los hombres mueran más rápido que las mujeres y tengan una menor esperanza de vida en según qué países, sobre todo, de Latinoamérica, puesto que aún está muy afianzada la idea de que el hombre no se queja ante el dolor, no se enferma y si muestra emociones, esto es un signo de vulnerabilidad e incluso, falta de hombría. Todo esto lleva a que sean más propensos a exponerse a situaciones de riesgo y violencia, así como aumenta la probabilidad de que empleen sustancias como el alcohol y las drogas.
Walter Riso en su libro «La afectividad masculina», plantea las siguientes preguntas: ¿Pueden y saben amar los hombres? ¿Cuáles son las debilidades psicológicas masculinas? ¿Qué peso tiene el afecto en la vida sexual del hombre? ¿Qué piensan los hombres de las mujeres? ¿Por qué les cuesta tanto a los hombres expresar sentimientos positivos y comunicar sus estados interiores? ¿Por qué temen tanto al fracaso y a la soledad afectiva? ¿Existe la fidelidad masculina? ¿Es posible una «paternidad maternal»? ¿Hay una nueva masculinidad en gestación?
En este trabajo, Riso plantea la necesidad de una liberación afectiva masculina donde se puedan potenciar las relaciones afectivas con las mujeres, los hijos y el resto de hombres. A partir de su experiencia clínica y su análisis de los tiempos actuales, el terapeuta cuestiona las premisas que rigen el concepto que tenemos sobre lo que “debe ser” un hombre. Su libro demuestra hasta qué punto el arquetipo que hemos creado no solamente es una idealización imposible de alcanzar, sino que provoca, debido a esa imposibilidad, desajustes emocionales que dañan al individuo y afectan sus relaciones familiares y de pareja.
Ser hombre no es tan simple como las mujeres pensamos. De hecho, manifestar la emocionalidad implica que se les llame «sensiblones» y lo contrario, les califica de insensibles, con lo cual se debaten sobre ¿dónde está el punto medio».
Una de las debilidades psicológicas masculinas según describe Walter Riso, es el miedo a estar afectivamente solo y esa incapacidad del hombre de divorciarse o independizarse de las faldas de una mujer. Para la mayoría de mujeres, el desengaño justifica cualquier adiós, pero ellos permanecen allí por sentimiento de culpa, dependencia, entre otros factores. Otro detalle importante que destaca el autor es que los hombres toleran mejor el no tener a quién amar, que el no ser amados, y con ello, aprenden a ser más receptores que dadores de afecto.
Es interesante el hecho de que muchos hombres que son pocos afectivos, durante el acto sexual es cuando demuestran afecto en todo su esplendor, se dan permisos para ser tiernos, el resto del tiempo se inhiben de hacerlo nuevamente por la crianza que les dan de ser “machos”, que no expresen sus sentimientos, no lloren, entre otras cosas.
Por otro lado, el conflicto que surge con la paternidad, muestra las distintas actitudes que puede tomar el hombre durante y después del embarazo de la mujer, ya que hay desde los que tienen síntomas como náuseas y vómitos hasta que los maltratan a la mujer y/o sienten celos del recién nacido; desde los que cambian por completo a los que vuelven a sus andanzas después del embarazo o al cabo de un tiempo.
En lo que respecta el «culto al falo», resulta llamativa la personificación que le dan los hombres a su miembro, que incluso hasta les ponen nombres, y los sensibles que son al respecto, piensan que nosotras le damos demasiada importancia al tamaño y que eso mide su virilidad, por lo que algunos que se sienten inseguros, tienden a desenvolverse con inseguridad e inhibición en los contactos sociales y las relaciones personales. Sin embargo, se ha comprobado que “un pene entre 14 y 16 cm de longitud y de 3 de diámetro llenará la cavidad vaginal y facilitará el orgasmo coital, además del efecto erotizante que su visión pueda proporcionar”, tal como señala Antoni Bolinches.
Por todo esto, se ha observado que los hombres en su mayoría, suelen manifestar el afecto a través de:
Acciones: los hombres son mucho más prácticos que nosotras, por lo que sus acciones son las que más cuentan, y se manifiestan en cosas muy sencillas, como estar ahí. Si un hombre busca acompañarte a lugares, desea verte, hace tiempo para quedar, te lleva a cenar o a tomar algo…significa que ESTÁ, y esta es una manifestación importante de afecto de su parte.
Solucionan problemas: cuando nos contamos algún problema entre mujeres esperamos empatía y comprensión, cuando lo hacemos con un chico, habitualmente este se propone resolverlo. El ayudar a personas importantes para ellos a resolver sus conflictos también es una forma de expresar interés y afecto.
Contacto físico: los hombres suelen manifestar el afecto más que con la palabra, con gestos como un beso, una palmada en la espalda, el detalle de abrir la puerta a su chica, un abrazo, etc. Les resulta una manifestación significativa de cariño hacia los demás.
Escucha activa: los hombres hablan menos que las mujeres y además, atienden menos a detalles que nosotros, en la mayoría de casos. Por ello, otra manifestación importante del afecto por parte del género masculino es atender a detalles de conversaciones y por ejemplo, llegar un día a casa de su pareja con su comida favorita, o llegar a casa de su madre con un ramo de sus flores preferidas, o recordar el cumpleaños de su mejor amigo.
Buscan hacer sonreír a los otros: los hombres suelen manifestar el afecto creando un clima de “buen rollo” y “bienestar”. Suelen hacer bromas y, aunque no tengan largas charlas o estas no versen sobre temas muy íntimos, suelen adaptarse a los temas de conversación que son interesantes para la otra persona o sencillamente, intentar el humor para motivar la alegría y la sonrisa de las personas que quieren.
Interesante la visión masculina de la afectividad, un artículo muy completo. Gracias!